Otra vez en Sichuan me invitaron a un gigantesco hot pot. Los asistentes me pedían que probara todo. Pero la verdad que era difícil. Algunas cosas simplemente no me daban muchas ganas: como el budín de sangre o las entra?as. Que para colmo la persona que me había invitado (un campesino sichuanés devenido productor de cine) ponía en mi mesa como un manjar.
-prueba
-prueba
Todos repetían la misma palabra. Probé cerrando los ojos. Era una tripa con un aspecto horrible: una carne ondulada y rosa, de cerdo, con una superficie áspera y viscosa. Como un pulpo despellejado. Me había olvidado de decir que soy vegetariano. No. Dije: soy vegetariano. Pero ellos siguieron insistiendo, con su palabra: prueba, prueba.
Entonces no me animé a seguir resistiendo, me pareció una falta de respeto. Tomé con los palitos ese pedazo y lo llevé lentamente la boca, cerrando los ojos, con asco. Y entonces...sentí el sabor, que era delicioso. Pedí más, y más. Y esa fue otra noche de celebración.
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