Por Wan Lixin | sábado 21 de diciembre 2013
La semana pasada la mochila de mi hijo de 10 a?os necesitaba una reparación: el termo se caía del bolsillo deshilachado que se había aflojado demasiado.
Acudí a mi esposa, y ella no pudo ayudar. Aunque como cirujana es diestra para coser carne y piel, sus costuras no son las mejores.
Llevé la mochila a una sastre profesional y ella tampoco pudo ayudar. Unas cuantas costuras en el dobladillo la repararían, admitió. Sospecho que no estaba interesada en un trabajo peque?o que tendría que ser hecho a mano y no con máquina.
Durante el regreso a casa experimenté una especie de revelación. ?Por qué no hacerlo yo mismo? Encontré una aguja y arreglé el problema en cinco minutos.
Las costuras solían ser una de las virtudes femeninas más básicas.
Cuando yo tenía la edad de mi hijo, algunas de mis ropas eran hechas por mi madre en su máquina de coser, y ella pasaba mucho de su tiempo cosiendo las suelas de nuestros zapatos de tela.
Tal era la calidad de las prendas y el calzado que duraban mucho tiempo, y con algunos arreglos y parches podían ser pasados a los hermanos y hermanas.
En aquél entonces, cuando dos mujeres de mediana edad se conocían, uno de sus temas favoritos era la textura de una tela, los cortes y la ejecución de una prenda casera, especialmente un vestido.
Hoy en día, el vestido de una mujer es más una enunciación de su poder de consumo o su atractivo sexual.