Al escuchar el tintineo de los cascabeles colgados en los pinos plásticos en los centros comerciales de Xidan, Beijing, queda claro que a los chinos les están vendiendo, al menos de manera superficial, los ideales de la Navidad los muchos vendedores al por menor deseosos de sacar lasca a las importantes ganancias que deja esta festividad en los países cristianos.
Realmente, a primera vista, la relación está hecha en el cielo. Aparte del traje de color rojo de Santa muy atractivo para la iconografía tradicional china, la creciente clase media suma cada vez más consumidores al auge navide?o.
?Dos Santas en un mismo sitio? ?Cuál es el impostor?
Cualquiera que haya visto a un comprador chino en Harrods, Londres, sabrá exactamente el tipo de poder de gasto que conlleva. Además, el periodo entre el final de la Semana Nacional a principios de octubre y el inicio de la Fiesta de la Primavera es más bien de esfuerzo exhaustivo.
Sin embargo, en mi investigación para descubrir qué saben los chinos de la Navidad, descubrí que la respuesta es “no mucho”.
Los conceptos religiosos básicos de la Navidad eran prácticamente desconocidos para quienes entrevisté. Por ejemplo, Hada, un instructor de kung fu en Chaoyang, fue uno de los pocos que conocía la relación entre la Navidad y el nacimiento de Jesús, aunque no era capaz de hablar mucho de los Reyes Magos o la Inmaculada Concepción.
Tal dificultad para diseminar los valores cristianos ha sido desde hace mucho un azote para quienes han venido a China. Matteo Ricci, el famoso misionero jesuita del siglo XVI, lamentó la temprana imposibilidad de una traducción directa del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Murió siendo más bien recordado en el Lejano Oriente por su diseminación de las técnicas tecnológicas occidentales.
Sin dudas, Santa es el rostro indiscutible de la Navidad en Beijing. Cuando le dije a Kou Jianing, de cinco a?os de edad, cómo los regalos se repartían a través de la chimenea, me di cuenta que solo aburría a la ni?a que ya se había aprendido la historia viendo los dibujos animados en los canales de CCTV.
Aunque la internacionalizada Sanlitun está llena de luces, los verdaderos comerciantes en el mercado de Panjiayuan no muestran se?al alguna de espíritu festivo.
Los ejecutivos de cuello blanco que dominan el inglés en los distritos de negocios pudieran ser capaces de hablarle un poco sobre el camino a Jerusalén, pero fuera de esas zonas de la clase media alta, la mayoría sabe muy poco de lo que ocurre y que tanto emociona a los extranjeros.
Badeng Guzha, due?a de una tienda de artesanía tibetana en Nanluoguxiang, lo reconoció de manera muy directa, las bolas de los árboles y el oropel ubicados opuestos a su establecimiento no tenían “significado alguno”. Además, los hombres reunidos en el club de ajedrez al lado de un puesto de servicio para bicicletas ni siquiera habían escuchado hablar de la Navidad y me preguntaron de qué se trataba todo eso. Al igual que Matteo Ricci, sufrí para explicarles.
Quizás Hada, el maestro de kung fu, es quien mejor conjetura sobre el fenómeno navide?o del Lejano Oriente. Cuando le pregunté qué era lo que más intrigaba a los locales del periodo festivo, me dio una respuesta más bien poética: “estamos interesados en participar de la diversión”.
Me siento más bien presionado a explicar mejor el clamor colectivo por disfrutar de la alegría de la Navidad. En un país sin una tradición cristiana, el nacimiento de Jesús es muy poco atractivo para los capitalinos promedio, en tanto los valores de dar, compartir y la familia están ciertamente muy arraigados en la conciencia de los locales.
Los chinos veneran el sello de la historia; incluso una idea occidental, cuando con más de 2000 a?os de antigüedad, vale la pena alegrarse la vida.